Este texto nació de un accidente repetido. En dos ocasiones me quedé encerrado en LA GLEVA, un teatro de Barcelona muy querido por mí. Casualmente fue antes de las dos últimas funciones de un mismo espectáculo que representé en dos temporadas diferentes. Después del encierro apareció la angustia: “¿y si llegan los espectadores y sigo encerrado, quién les acomodará? ¿Y si hoy se llena el teatro, o no viene nadie…?” Centrado en todas esas inquietantes variables empezó a nacer en mi interior el germen de algo. El germen de El laberinto.

En esa situación me puse a divagar sobre las razones por las que el público va al teatro. Pensé: para divertirse, para compartir un tiempo con la persona amada, para olvidarse de algo, para dejarse mecer por la belleza de una historia… Y también huir… ¿Por qué no? Huir de algo, de alguien, de ellos mismos, de su propio temor a la muerte…. O como decía Lorca, “vienen al teatro no para saber lo que pasa, sino para saber lo que les pasa…”