Jueves, 27 de marzo, 20,00 horas
Viernes, 28 de marzo, 20,00 horas
Sábado, 29 de marzo, 20,00 horas
Domingo, 30 de marzo, 19,00 horas
El acervo de los textos teatrales universales compone la más antigua hemeroteca de la Historia. Desde Los Persas, de Esquilo, hasta las funciones más actuales que se prodigan en nuestras carteleras, el Teatro ha tenido y tiene vocación de ser el Pepito Grillo de nuestra sociedad, el curioso preguntón que suele incomodarnos a la vez que nos emociona, nos hace reír o nos enerva. En una sala de teatro se produce un fenómeno ya descrito por los griegos hace casi 3000 años: La Catharsis, es decir, la empatía con la escena y la profunda comprensión por parte del público asistente de lo que se comunica, la introspección conjunta de los recovecos del alma humana.
El señor Otín y la señorita Ton es la historia de un gran circo en franca decadencia. En ésta nuestra fábula, a lo largo de los años han surgido leyes que han hecho desaparecer a la mayoría de los artistas, primero los judíos, luego los gitanos, más tarde los árabes… ¿nos suena?
Otín y Ton son los dos únicos supervivientes, los Payasos. Estos dos héroes de la cotidianidad, dignos portadores del título de la obra, luchan por recordar a los que desaparecieron, viven para contar la emoción y la belleza de sus números, para invocar un tiempo de paz y de ilusión.
Es, evidentemente, una clara alegoría del nazismo, y esto en los tiempos que corren ya sería justificable para involucrarnos en este proyecto, pero no sólo es eso: El Señor Otín y la señorita Ton son el espejo que nos muestra nuestra actitud frente a la barbarie y frente a la intolerancia. Es una reflexión filosófica tras otra sobre la condición humana, es puro amor al arte del payaso, un homenaje al que da la vida por hacer reír, es un EJEMPLO de integridad, tesón y optimismo. El arte siempre da buen ejemplo.
Este es, probablemente uno de los textos más difíciles a los que me he enfrentado. Premio Molière de autoría en 1986 (entre otros), está escrito por alguien que conoce muy bien la capacidad del Payaso para hacer reír y hacer pensar; empuja los límites de la escritura y de la pantomima clownesca; viaja de la risa a la crueldad sin paños calientes, como el número clásico del payaso que pasa sin transición de la risa al llanto innumerables veces.
Gilles Segal nos coloca con frecuencia en situaciones incómodas pero certeras. Es una tragedia vestida con nariz roja. Es nuestro futuro, si nos dejamos hacer.
Me gustaría que esta función se viese mucho, muchísimo, en teatros, en colegios, al aire libre y en catacumbas, siento que nuestro lugar en el mundo es representando esta obra.
Alberto Castrillo-Ferrer
En esta alegoría del nazismo, dos payasos se encuentran en una situación espantosa. Están solos en un circo donde todos los demás artistas ya han sido arrestados como ciudadanos de minorías poco recomendables desde el punto de vista étnico. Probablemente pronto será el turno de uno de ellos, o incluso de ambos. ¿Qué hacer?
Uno es optimista, el otro no.
Recrean los números de los desaparecidos para poder existir, para que la vida tenga algún sentido en mitad de la barbarie. Todo se revoluciona cuando la niña más pequeña de los jinetes zíngaros escapa de sus perseguidores y viene a refugiarse en el circo. La policía no se irá de vacío…
ALBERTO CASTRILLO-FERRER
Susana Martínez
Oswaldo Felipe
Pedro Blancas
En alternancia:
Lola Sánchez Corrales
Candela López Ruiz
Vestuario
Marie-Laure Bènard
Zapatos
Javichu Franco (Monopájaro Verde)
Muñecos
Teatro Bobó
Iluminación
Bucho Cariñena
Escenografía
Elena Felipe
Espacio sonoro y música
David Angulo
Diseño gráfico
Inma Grau
Producción
Víctor López Carbajales
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